martes, abril 10, 2018

El jefe suriano

Hoy 10 de abril, se recuerda aquel triste episodio en el que se le dio muerte a quemarropa a un caudillo que luchó por defender sus ideales y ayudar a los pobres a tener “tierra y libertad, tierra y justicia”. Está por demás decir que hablo de Emiliano Zapata.


Para conocer un poco de la vida de este personaje es necesario adentrarse a su mundo, a su historia, a su tierra y por eso nos vamos a ir a Anenecuilco, Morelos, que es el lugar donde nació el 8 de agosto de 1879 de la unión de Gabriel Zapata y Cleófas Salazar, en una pequeña casa de adobe que pertenecía a su abuelo Don Aniceto Zapata quien era administrador en una de las muchas haciendas que pululaban en Morelos durante el porfiriato.


Emiliano fue peón y trabajador con su abuelo y así vio pues, de primera mano, todas las atrocidades e injusticias sufridas por los campesinos, quienes tenían que trabajar una tierra que no era suya, que no los alimentaba y que los ataba como viles esclavos. Cansado de padecer todo tipo de vejaciones, se une al movimiento de la Revolución desde un principio.
Se encuentra con Francisco I. Madero en Cuautla, pelea contra Carranza, se enfrenta a enemigos y traidores, pero nunca, abandona sus ideales.

Cientos de hombres y mujeres lo siguen, es el Caudillo del Sur, aliado de Villa, el Centauro del Norte. Juntos entran a la ciudad de México en diciembre de 1914 y juntos se vuelven mártires de sus propios ideales y fama.

Zapata tomó un viejo edificio, que fue molino en algún momento, como su cuartel general en el pueblo de Tlaltizapán en mayo de 1914. También sirvió como su lugar de descanso y casa, pues ahí compartía una habitación con su esposa Josefina Espejo. Vivía tan enamorado de ese pueblo que lo escoge para crear un mausoleo para él y sus hombres en el atrio de la iglesia de San Miguel Arcángel. 



Tlaltizapán es atacado el 12 de junio de 1916 por las fuerzas federales quienes buscaban a toda costa acabar con los zapatistas, y el 13 del mismo el resultado es fatídico, 132 hombres caen muertos en batalla al igual que 112 mujeres y 42 menores, de ambos sexos.


También es ahí donde se fusila al profesor  Otilio Montaño quien  otrora fuese la mano derecha de Zapata y participó en la redacción del plan de Ayala, así como en muchas negociaciones importantes. Pero gracias a la intervención carrancista y al espionaje infiltrado, se le acusa a Otilio de ser un traidor, y al enjuiciarlo se le condena a muerte, la cual le llegó desde el paredón el 18 de mayo de 1917. Su cuerpo fue llevado a Huatecalco y colgado de un árbol de casahuate y se ordenó que quien lo bajara sería igual fusilado. 

Ahora es un museo que exhibe, armas, objetos de la época y la ropa que llevaba puesta Zapata el día de su asesinato, así como la silla de montar que usaba con su caballo el As de Oro.

Según nos cuenta la historia Zapata trató de convencer a Jesús Guajardo a que aceptara la toma de Juanacatepec y éste fingió hacerlo e incluso asesinó a su soldados como prueba de fidelidad. Guajardo, quien trabajaba para Carranza,  le obsequia un Alazán a Zapata y le invita a comer a la hacienda de Chinameca al día siguiente. 


Es en este lugar ahora tan simbólico, donde cae Zapata muerto al 3er toque del clarín, el cual era la señal acordada por Guajardo y su tropa para dispararle a Zapata quien muere en el arco de la entrada, donde ahora se encuentra una estatua que conmemora ese momento.


Y así fue el fin no merecido de un hombre quien se convirtió en una leyenda en vida y con el paso del tiempo en un símbolo de paz y lucha contra la opresión, una inspiración para grupos e individuos que usan su ejemplo como incentivo para causas nobles.
Sus restos descansan en la ciudad de Cuautla, pero su legado está presente no sólo en todo Morelos, sino también en el resto del país y el mundo. 


 Algunos dicen que Zapata no murió aquel día, que fue su compadre, que Emiliano  se fue a Arabia, otros dicen que en verdad murió como se ve en la foto de su cadáver tomada por J. Mora. Lo que sí es que aún hoy a 99 años de su muerte se le recuerda y admira, en el arte, la música, la cabalgata en su honor de cada año, nadie quiere olvidar a ese hombre pulcro, de traje adornado de plata, sombrero ancho y fino, gazné, siempre amable, educado y carismático.


Infortunadamente los edificios que albergan estos tesoros revolucionarios están en un mal estado a causa del temblor de septiembre del año pasado. Tlaltizapán está cerrado hasta nuevo aviso, Anenecuilco cuenta con salas vacías, y Chinameca se está cayendo a pedazos. Nosotros no podemos levantarnos contra el gobierno, no podemos ayudar al campesino como lo intentó Zapata en su revolución fallida, pero sí podemos visitar estos lugares y consumir productos de Morelos, esa es la única forma en la que podemos ayudar a los habitantes de estos lugares y hacer que el jefe suriano esté orgulloso de nosotros.