viernes, enero 03, 2014

Dando el rol por la sierra hidalguense

Pachuca, Real del Monte, Real del Chico, Huasca de Ocampo con sus ex haciendas y prismas basálticos son sin duda los puntos más visitados y conocidos de Hidalgo que como muchos otros estados en el país tiene muchas sorpresas escondidas y desafortunadamente nos enfocamos a las de siempre. Siempre me pregunté qué había más allá de estos lugares tan ya conocidos y choteados, así que aprovechando las vacaciones tomé mi cámara y el auto y me lancé a dar el rol por la sierra.


En un libro sobre duendes que leí hace poco, la autora, que vive en Huasca, menciona un pueblo llamado Metztitlán y ese fue el lugar que marqué como destino. La carretera se portó bien todo el  camino, pocos autos transitaban aunque lo que más encontré fueron camiones. Como es de esperarse en la sierra las curvas acompañan al conductor durante todo el camino.


Visitar la sierra es como estar en un paraíso, por suerte hay uno que otro descanso en la carretera así que aproveché uno de ellos para admirar este lugar tan hermoso. A la vista saltan los cerros y uno que otro riachuelo, vegetación típica del terreno semi árido, cactáceas en su mayoría, como biznagas, algunas gigantes, los llamados viejitos que están en peligro de extinción etc, etc. Pero lo que más me llamó la atención es el azul intenso que se forma a la lejanía y les da a las montañas un aura mística y fría, pero no por eso menos espectacular. 
Salí de Zumpango pasadas las 9 de la mañana y finalmente llegué a mi destino como a eso de la una. Desde lo lejos se ve la iglesia principal en lo alto de un cerro y bueno el pueblito de Metztitlán pues no es más que eso, un pueblo, pequeño, lejano, y muy similar a los muchos que pasé en la sierra. Realmente no parece que tenga una sorpresa en la manga bastante grata.


Metztitlán es una palabra de origen náhuatl y significa en el “Lugar de la luna”, su historia se remonta al México prehispánico y los antiguos pobladores, tal vez chichimecas, u otomíes, nunca fueron conquistados por los grandes Aztecas, desafortunadamente esa libertad llegaría al fin con el arrivo de los conquistadores españoles en el siglo XVI. Y de esta unión nació el templo de "Los Santos Reyes" que me dejó perplejo en el momento que lo vi.   


Caminando a través de un enorme atrio hacia esta construcción levantada entre 1539 y 1560 y pasando una enorme cruz atrial se llega a  su fachada de estilo plateresco y deja en claro una gran similitud al templo y ex convento que se encuentra en Acolman, Estado de México. Esto se explica ya que ambas fueron fundadas por Agustinos. Su exterior sobrio y monumental, adornado por una espadaña de siete claros y almenas en todo el derredor del templo que nos recuerda que eran verdaderas fortalezas y estaban hechas para aguantar cualquier ataque inesperado.




Su interior es mucho más vistoso, en la bóveda de la entrada el techo está decorado con colores azules y temas religiosos. Los muros también tienen restos de pintura sobre la vida de Jesús.  



La iglesia en forma de cruz latina tiene una bóveda de cañón corrido que contrasta con la del área del presbiterio pues ésta tiene una bóveda con nervaduras que corona el retablo principal de la iglesia.








Al costado derecho se encuentra la entrada a lo que en su momento fue el convento. Aquí como en Acolman se enseñaba la palabra de Dios y educaba a los pobladores del lugar. De aquí comenzó la evangelización hacia la Sierra Gorda queretana y aquellos lares. 



Se puede visitar el primer piso y parte del segundo, en donde se encontraban las celdas de los monjes pero el paso es restringido. Desde alguno de los muchos arcos de la parte alta del atrio se puede admirar la grandeza arquitectónica del lugar así como la paz que inspira, bueno eso es si alguien en algún lugar del recinto no tiene música de Camilo Sesto o algún otro cantante de aquella época, nada que ver con la música que alguna vez se tocó en este lugar.   




En el costado izquierdo se encuentran los restos de un par de capillas abiertas con restos de pintura mural, tal vez alguna representación de los castigos en el infierno como en Actopan o alguna otra imagen alusiva a la enseñanza del evangelio. Estas capillas son la base de toda la evangelización en el México pasado.  



Me senté un rato a contemplar la presencia monumental de las montañas que se encuentran por todos lados de este lugar, el silencio impera y sólo el aire frío me recordaba a la vida. Sin duda alguna es un buen lugar para la meditación y asimilación de lo que es uno mismo. Los monjes agustinos que lo habitaron seguro pasaron horas en la misma forma y aún los actuales pobladores suben a este lugar y utilizan su atrio como paso en su camino o como un buen lugar para contemplar la vida que pasa segundo a segundo.


Después de quedar maravillado con este lugar era hora de seguir el recorrido y dejar a Metztitlán detrás. Bajé por una calle empedrada que no fue la misma por la que subí, y me topé con una plaza y frente a ella otros dos edificios del siglo XVI uno ha sido utilizado como edificio público desde entonces y hasta la fecha y el segundo que otrora fue una iglesia ahora se utiliza como prisión, de ese no tomé ninguna foto pues los policías luego creen que uno va a hacer algo contra ellos. Seguí mi camino hacia el auto y lo perdí por un momento hasta que al fin di con la calle donde lo había estacionado. A la salida me encontré a la gente del pueblo en sus labores diarias trabajando duro en los campos.


Otra de las razones por las que escogí este lugar como destino fue que la autora del libro que mencioné dice que visitó unas pinturas rupestres, y eso a mí me fascina al grado de no perder oportunidad para visitarlas. La cuestión era que no tenía ni la más remota idea hacia dónde dirigirme.
Pregunté a un par de policías pero estaban más perdidos que yo, y lo único que descubrí fue que en algún lugar de un pueblo llamado San Cristóbal se podrían encontrar unas a pie de carretera. La idea de recorrer pueblos desconocidos es muy atractiva, aunque en este caso pensé que sería mejor abandonar el proyecto y visitar lo otros pueblos que vi.   


Una vez más el destino se negó a que terminara mi aventura así como así, al trata de salir del pueblo me perdí y en frente de mí se encontraba un letrero que decía San Cristóbal. Ya no paré más que para preguntarle a un señor que por ahí estaba. No supo ni de lo que le hablaba, repitió pinturas rupestres como si hubiera sido la primera vez en su vida que las pronunciaba. Entendió que yo quería ver una pintura y me dijo cómo llegar a un lugar, nunca entendí el nombre, donde hay una imagen de la Virgen de Guadalupe, agradecí su ayuda y continué hasta San Cristóbal. Una vez ahí pregunté de nuevo y una familia me dijo que había muchos lugares con pinturas hasta cerca de la casa de la tía de una de ellas pero que era muy complejo llegar. La instrucción  más sencilla fue encontrar un cerro en forma de bola en medio de la nada y un pequeño altar. Agradecí su ayuda, me di la media vuelta y manejé de regreso. Debo decir que puse mucha atención y manejé muy despacio, pero es muy difícil pues las montañas son de color ocre, algunas muy antiguas con lajas ya verticales ya horizontales e incluso perpendiculares que hacen que todo parezca pintado o decorado.
      

Por el rabillo del ojo alcancé a ver un pequeño altar y junto a él un cerro me regresé y cuál fue mi sorpresa al levantar la vista y ver figuras como de animales en la parte de arriba sobre una laja vertical. Fue el momento cumbre del viaje. Todo valió la pena.


El regreso con la vista de las montañas de la sierra fue muy emocionante, y aunque ya daban las 4 de la tarde aun tenía ganas de pasar a dos lugares más. Continué, me perdí, me regresé y finalmente llegué a Atotonilco el Grande. Para este momento moría de hambre y lo primero que hice fue buscar comida. Mientras comía comenzó a llover, aún así decidí visitar la iglesia. Estaba cerrada. Sólo tomé la foto que está aquí. 


El tamaño del Templo y ex convento de San Agustín es imponente y se puede ver desde lejos, su fachada es plateresca también un edificio del siglo XVI y presuntamente  la primera construcción agustina en Hidalgo. No poder entrar fue un golpe bajo al viaje pero al menos me llevo la imagen de su estructura. Definitivamente tendré que regresar para admirar su interior.
Huí de la lluvia ante tal fracaso y seguí mi camino. Tras pasar por una densa niebla llegué a Omitlán de Juárez. Esta comunidad de origen otomí tiene un iglesia en lo alto de un cerro, a diferencia de la mayoría de los pueblos en el país la iglesia principal no se encuentra en la plaza principal.


La Parroquia de nuestra Señora del Refugio es del siglo XIX de estilo renacentista y fundada por agustinos (1850). Conforme me acercaba a ella me di cuenta que estaban en misa, lo cual dejó de importarme pues descubrí un cementerio junto a ella. 


Mi atracción por cementerios me llevó inmediatamente a él. Recorrí algunas de las tumbas y descubrí una que otra del siglo XIX y algunas más de principios del siglo pasado, el trabajo de los pequeños mausoleos muy pobre aunque hubo una que otra con mayor detalle en los grabados muy fuenerarios. La paz, la lluvia, la niebla le daban un ambiente diferente a este cementerio. Y llegó la hora de regresar a casa.



Hidalgo tiene muchas cosas que visitar más allá de lo de siempre, ya tengo en mente un par de lugares más con pinturas rupestres, no sé si podré llegar a ellas o no, pero no importa la cosa es intentarlo y en el proceso conocer más de este bello estado tan ignorado por todos.