viernes, mayo 13, 2016

Tláloc y su Monte, 3a y última parte.


La temperatura era baja y a pesar de estar cerca del fuego de la fogata se sentía frío, incluso los pies estaban congelados a pesar de traer doble calceta y botas. 

Después de un rato nos decidimos y nos fuimos a dormir. Nos tendríamos que levantar a las 4:30 a.m. para comenzar el ascenso al monte una vez más, y ver lo que fuimos a ver.

Ya una vez en la casa de campaña los sleepings hicieron su trabajo y el frío no era más que algo que aún persistía an alguna parte de mi cerebro.

El ruido de los demás, la música, el ambiente de fiesta, la emoción y en mi caso, zozobra al no saber qué esperar al día siguiente, me hicieron casi imposible consiliar el sueño. Dormí por momentos. Me dio calor, me quité una de las chamarras, traía dos puestas, me volteé, me acomodé, me concentré. Todo fue en vano.

Finalmente sonó el despertador del celular. Eran las 4:10 a.m. En lo que nos despertamos bien, nos pusimos un nuevo par de calcetas y los cacles, salimos como a las 4:30 a.m. 

El área a sorpresa de todos, estaba muy clara pues la luna nos acompañaba con su luz y aunque sí fue necesario el uso de lámparas para no tropezar, creo que sin ellas hubiéramos podido llegar sin problema. 

A lo largo del camino nos encontrábamos con los demás campistas, algunos muy activos, otros aún borrachos, unos más muy cansados sentados en las piedras. Todos en fila india caminando pesarosamente como ánimas en pena. Todos cubiertos por capas y capas de ropa, gorras, bufandas, guantes y muchos hasta cobijas y sleepings que usaban como jorongos.  
El camino estaba resguardado por el personal del INAH. 

Continuamos subiendo, y en el momento en que llegamos al área de la montaña que está desprotegida por todos lados, el viento frío se mezcló entre la fila como un visitante más, y su gélida presencia se sintió muy claramente.

Al llegar a una parte más alta se podía ver la enorme urbe  del D.F. que hacía que el cielo se tornara naranja pues las luces de la ciudad nunca se apagan.
La contaminación lumínica del D.F. en todo su esplendor.

Seguimos adelante.

Llegamos a lo que alguna vez fue la calzada del basamento a Tláloc, y la gente ya era numerosa, había algunos que trepaban por los muros de la dicha calzada, otros parecían que morirían a causa de su embriaguez, otros gritaban nombres tratando de encontrar a sus acompañantes perdidos en el camino.
Buscamos un lugar donde quedarnos y usando la experiencia del año anterior nos dirigimos a la derecha  del basamento y encontramos un buen lugar donde tirarnos a esperar la salida del Astro Sol, lo que sería el primer evento y la señal para moverse al lado contrario y apreciar el efecto óptico de la Montaña Fantasma. 

Ya una vez sentados y acomodados en el piso a 4150 m.s.n.m. sólo teníamos que esperar. Supongo que eran como las 5 y cacho y la salida del sol estaba programada como a eso de las 8. Frente a nosotros a través de los cuerpos cuyas siluetas se hacían más claras minuto a minuto, teníamos la eterna presencia de La Malinche también conocida como Matlalcuéyetl la cual se encuentra en el estado de Tlaxcala, detrás de ella se encontraba el Pico de Orizaba, a nuestra derecha los volcanes, Popo e Izta. Entre ellas La Puebla de Zaragoza con visible contaminación lumínica. Desde ahí todo parece tan cerca, que podría creer que se puede llegar a pie.
Los gritos y voces continuaban, gente en movimiento, algunos buscando lugar, otros a sus amigos o familiares, otros tomándose fotos o simplemente esperando como nosotros.



Poco a poco el cielo antes negro se fue tornando azul, aún oscuro pero ya se podía ver a Don Goyo y Doña María con su cráter nevado. La emoción de la gente crecía a medida que el cielo se tornaba cada vez más azul y de repente, una franja naranja se veía en la cima del Izta, ¡era la luz del sol!

Observábamos todo ésto cuando de la nada un tarado, todos pensamos que era mujer hasta después de un rato, se puso justo en frente de nosotros. Nos impedía ver la salida del sol, y aún a pesar de los improperios que gritamos para que se quitara el  muy bruto no entendió que eran para él. Estábamos muy molestos y frustrados. Uno nunca se salva de la gente sin conciencia social. Después de unos minutos y  varios selfies finalmente se quitó.

La luz de día empezaba a abarcar más y más del terreno y bóveda celeste. Cansado de estar acostado entre piedras me levanté y casi justo en ese momento la cima del Izta se tornaba más naranja como avisándonos que el Sol ya llegaría en cualquier momento. Los gritos de júbilo se escucharon por todos lados, y el sonido del caracol una vez más acompañó el momento decisivo.


Parado como estaba vi quien tocaba el caracol, escuché un grito volteé y fue en ese momento que lo vi. A un costado del Matlalcuétl salía un especie de estrella naranja, era el Astro Sol, poco a poco todo se volvió negro a su alrededor y esa estrella subió y subió hacia la bóveda celeste y pasó por la cima del dicho volcán hasta que se postró en el cielo. Gritos, caracol, ruidos del movimiento, sonrisas, todo, todo se apagó en ese momento, sólo existía esa primera imagen en mi mente, y aún la veo en este momento, y no logro describirla ni hacerle justicia. 

De todos los fenómenos naturales que he presenciado, jamás he visto cosa tan bella y asombrosa que la salida del sol a través de las montañas.
Quedé petrificado donde estaba, como si mis pies se hubieran congelado y me fuera imposible moverme de ahí.
En ese momento la gente corrió hacia el lado contrario donde la sombra del Astro Sol se reflejaría en la distancia creando el efecto de una montaña que no existe más que en el imaginario colectivo.


Ahí estaba, viéndola, admirándola, tomándole fotos para poder recordar el momento tiempo después.


Una montaña de penumbra suspendida en la inmensidad del infinito, una montaña condenada a desaparecer con la luz del día, una montaña que aunque de breve vida y fantástica existencia, dejaría un recuerdo real y permanente en las profundas penumbras de mi mente.