miércoles, septiembre 01, 2010

La Sierra de mis recuerdos.


Ya en otra ocasión había hablado de la fabulosa Sierra Gorda queretana (abril 5, 2007) y de sus encantos naturales. Pero no cabe duda que hay lugares que tienen tanto que ofrecer que no importa cuántas veces vaya uno, siempre hay algo nuevo por descubrir y si se tiene conocimiento de causa pus es más facil encontrar nuevas rutas y explorar nuevos vericuetos.
En esta ocasión tuve la oportunidad de regresar a la Sierra Gorda y visitar algunos lugares ya conocidos así como otros hasta entonces nuevos para mí.


El primer lugar como era de esperarse fue Jalpan de Serra, aunque en el trayecto no pude evitar el deseo de regresar a la bellísima misión de “La Purísima Concepción de Bucareli”, y la encontré como siempre, quieta, con su cantera rosada, habitada por lagartijas y aves silvestres, con sus muros sin techo iluminados por el sol.

Esta vez no hubo lluvias súbitas ni granizos enormes ni rayos cayendo a mi alrededor, sólo la paz de la Sierra, su vida vegetal y el sonido del aire rompiendo con el silencio de las montañas. Al andar por el camino, es claro que el gobierno queretano le ha puesto atención a este bello
ejemplo arquitectónico del siglo XVIII y limpiaron la carretera aunque sigue siendo terracería.


Admirar las ruinas de esta misión sólo causaron que me preguntara cómo habría sido ese lugar en la época de su construcción, o cuando Mejía logró esconder a Maximiliano en el convento.


Los lugareños seguro saben lo que es vivir donde hay tanta energía y paz. Sin duda alguna sigue siendo el Bucareli de mis recuerdos.


Al llegar a “Jalpan de Serra” donde se encuentra la 1a misión construida en la Sierra (1751 y 1758) bajo el liderazgo de Junípero de Serra, recordé la 1a vez que recorrí sus calles y su zócalo, la 1a vez que vi su misión y el decorado de ésta.


En la búsqueda de nuevos lugares y el deseo de redescubrir los viejos me aventuré una vez más en la carretera curvilínea Pinal-Xilitla. Bosques en ambos costados acompañáronme todo el camino junto con uno que otro auto hasta la entrada al pequeño pueblo de Xilitla, San Luis Potosí.



Gustoso recorrí una vez más sus calles empedradas y empinadas llenas del bullicio de los visitantes y pobladores del lugar. Después de un suculento desayuno la visita obligada a las pozas o Castillo del inglés, y la razón principal del viaje, me llenaba de ansias por ver sus construcciones exéntricamente esotéricas.


La multitud era demasiada pero el lugar es tan grande que es fácil perderse de los turistas que todo ocupan. Vi esos edificios con rasgos orientales, recorrí una vez más sus pasillos llenos de flora y fauna, choqué con los muros de callejones y callejuelas al abandono de la naturaleza, pero también descubrí nuevos caminos como el que me llevó a la Casa de las Nubes en lo más alto del lugar pues la casa hecha de bambú está empotrada en la cima de uno de los árboles de gran altura.


La vista era asombrosa, los verdes del lugar, el ruido inconfundible de la cascada que se estrella en las pozas y a lo lejos el pueblo de Xilitla. Esta nueva sorpresa hizo de Xilitla un lugar aún más bello de lo que recordaba.


Los días de vacaciones llegaban a su fin, sin embargo no era motivo para detener la exploración. Ya había redescubierto algunos lugares y era el turno de los nuevos.

El 1° en la lista era Puente de Dios”. Este lugar se encuentra en el fondo de una barranca a la cual se llega por un camino zigzagueante de terracería. Como 40 min de zangoloteo llegan a su término al convertirse el camino en un estrecho pasillo donde estacionar el auto. También aquí hay un campamento muy barato. La próxima vez pienso pasar de menos una noche ahí.


Hay que cruzar un pequeño puente que pasa encima del Río Escanela, antes de iniciar el recorrido y no es mala idea hacerlo bajo la supervisión de un guía local para evitar cualquier peligro. Y no es que sea difícil llegar al fondo del cañón, ya que es mera cuestión de seguir el río, pero puede haber encuentros con animales y también existen plantas que uno no debe comer o tocar.


Como dije la vegetación exuberantes acompañan al caminante a lo largo del río, y si uno tiene suerte puede ver mapaches, armadillos, zorras y también ardillas.


El azul del agua hipnotiza y su quietud relaja si uno contempla el titipuchal de ajolotes que anidan en sus aguas frías y claras.


La caminata incluye un poco de acción al cruzar puentes colgantes mientras varios bencejos vuelan entre las grietas de los muros donde tienen sus nidos, una que otra roca por escalar y una pequeña abertura entre las más grandes por la cual hay que pasar para salir de ellas.


Se llega a un área donde hay algunas caídas de agua y una cueva en la cual uno puede entrar para seguir recorriendo el río. El lugar es de lo más bello que ha dado la naturaleza.

No podía faltar la única cascada que vi la primera vez que visité esta parte de la sierra. De regreso a Jalpan entré de nuevo en la terracería que me llevó a la cascada de “Chuveje”.

Esta cascada de 35 mts se encuentra al fondo de un camino solitario rodeado de sauces donde sólo se escucha el ruido del agua y se aprecian las aves y mariposas que por ahí anidan.

Recuerdo la paz y quietud del lugar que no ha cambiado, así como los diversos colores de los verdes y los cafés de los árboles que rodean el arroyo.

De una u otra forma esta es una cascada que no se debe olvidar visitar. Y de una u otra forma sigue siendo la cascada de mis recuerdos.


El último día de estancia en la sierra no dejó de ser menos emocionante. De regreso a la Cd. de México, antes de volver al ajetreo del tránsito y los tumultos de las calles y avenidas, me dirigí hacia el municipio de Peñamillier para una vez más adentrarme por un camino largo de terracería y barrancas enormes con dirección a un lugar llamado el Cañón Paraíso”.

Tierra, insectos y una que otra persona se encuentra uno en el camino, pero no importa, la caminata a las orillas del río Extoraz vale la pena, y admirar sus muros de hasta 100 ms de altura que contienen mármol negro es todo un deléite.

El camino es largo, se recorre como en unos 50 min a una hora. Hay momentos en los que no había camino y tuve que andar por una barda no más ancha que mis dos pies juntos. Debajo sólo veía el agua llena de peces y rocas, algunas de gran tamaño. Pero al llegar al fondo del cañón todo peligro se desvanece pues la vista es increíble.



Los habitantes del lugar van a este río a tomar un baño, de hecho encontré familias en sus aguas. Supongo que debe de haber otro camino al que yo tomé, pues al llegar al fondo del cañón y no poder avanzar más, del otro lado surgieron unos campistas, sólo estábamos separados por lo profundo del agua estancada del río que también ha de funcionar como una especie de presa.


El regreso significó decirle adiós a todos estos lugares tan magníficos, a la naturaleza que clama lo que encuentra, a los barrancos de Bucareli y del Cañón del Paraíso, a la gente amable y la comida. Fue difícil. Uno quisiera permanecer más tiempo ahí, aunque no es posible. Pero siempre habrá una oportunidad más de regresar a ellos, de encontrar lo que uno vio esperando que aún se encuentre intacto o al menos en un muy similar estado al de la última visita, para que así la Sierra Gorda siga siendo un ecosistema digno de visitar y no sólo la Sierra de mis recuerdos.

martes, febrero 16, 2010

¡Dale, dale dale...!


Camino a la zona arqueológica de Teotihuacán se encuentra el municipio de Acolman. En la población del mismo nombre, existe uno de los monumentos religiosos más antiguos en México y toda latinoamérica. Desde la carretera se distinguen los muros harto verticales del ex-convento de Acolman, joya de la arquitectura del siglo XVI.


Acolman fue habitado desde tiempos remotos, y sus tierras fueron recorridas por el hombre primitivo en busca de alimento y animales para la casa. Mamutes y hombres se enfrentaron en duelos a muerte y gracias a ello quedó el famoso “hombre de Tepexpan” como testigo de estas batallas hace 11 000 años aproximadamente.


Acolman quiere decir “Hombre con mano o brazo” , como se ve en el escudo con su símbolo prehispánico. Los Acolhuas habitaban esta región y eran tributarios del poderoso reino Azteca.
Después de la llegada de los españoles, Acolman se convirtió en un centro evangelizador de suma importancia. Los monjes agustinos erigieron un convento que sirvió como lugar de enseñanza a todos los naturales de la región y otras más.


Como todos los demás evangelizadores en México, los agustinos destacaron en un intento de llevar a los naturales a una vida contemplativa. El método fue la catequización que se volvió lenta debido a las epidemias, aunque el fin era el bautizmo.


Al enseñarles religión también les intruían en técnicas de arquitectura, agricultura y labranza. A los adultos se les enseñaban diferentes oficios y a los niños, que fueron su mejor herramienta para la catequización, les enseñaban a leer y escribir así como a cantar. Y de entre los mejores se escogían aquellos que participarían en los diferentes coros conventuales.


Acolman de San Agustín se levantó entre los años 1539 y 1560. Su importancia no solamente radica en el hecho de ser uno de los más antiguos centros evangelizadores en América sino en la arquitectura misma de su convento.



Se aprecian almenas en las partes más altas del edificio así como en el muro del atrio.

Estas almenas le daban la imagen de una fortaleza, pues los agustinos se tenían que proteger de los ataques de los naturales y a la vez era una metáfora para engrandecer la fortaleza de la religión. La fachada del convento es de estilo plateresco y sobresalen la belleza de sus columnas y las magníficas decoraciones a gran detalle del friso y arco de la puerta así como en la arquivolta exterior de ésta. Se esculpieron guirnaldas de granadas, uvas, peras, calabazas, y cacao y en las jambas se ven dos grutescos (combinación fantástica hombre-vegetal) que salen de la boca de un carnero y entrelazan granadas y maíz.



En el intradós (que es el interior del arco), se pueden ver varios manjares en platos o bandejas. Hay toda una gran variedad de éstos que va desde panes con costillas de carne, racimos de uvas, melocotones, granadas, peras, manos de ternera, limas, un pavo o gallina acompañado de papas y chile, hasta un pastel de carne o bien dulce. En la arquivolta interior junto a la puerta de acceso a la iglesia, hay platos con fruta y querubines en relieve.



Muchas de estas frutas y platillos no eran conocidos en América, pero al mezclarlos con aquellos que sí lo eran se daba a entender que eran comestibles. Así que los agustinos trataron de atraer a los indígenas a la iglesia a través de alimentos. Los indígenas no estaban acostumbrados a celebrar sus ritos dentro de edificios sino en grandes explanadas, por eso se recurrió a esta estratagema.


Además que muchos de esos productos tienen un significado religioso, por ejemplo la granada es la representación de la iglesia, el fruto mismo es la fe y sus granos la gente. Por ende se le dio el mismo valor simbólico a otros frutos autóctonos como el maíz pues también tiene muchos granos, y al cacao que al igual que la granada representa la perfección divina y el disfrute del alma. La pera se asocia a la dulzura y bondad del señor y al juntar sus semillas con la pulpa, se le relaciona con el útero materno de la santísima Virgen María y por ende a la encarnación. Otro fruto relacionado a María es el limón, pues por su perfume dulce es un símbolo de salvación. La uva que existía en México pero no se consumía también está presente, ya que es de uso común en toda misa. Hay platillos elaborados con peces que es el símbolo de Cristo.


Debajo de la clave del arco superior hay un plato con una ave que podría ser un guajolote acompañado de chile, maíz y papa. Se ve la clara mezcla de productos mexicanos y españoles.



En la clave del arco más próximo a la puerta se encuentra un corazón en seis pequeños platillos, orlado con un resplandor en forma de cruz y dos dardos. El uso del corazón es muy astuto, pues para los antiguos mexicanos tenía una gran importancia ritual y la idea de su consumo simbólico creó cierto cincretismo y se convierte en el alimento-ofrenda al Dios nuevo.


La nave aún conserva restos de retablos de los siglos XVII y XVIII tallados en madera, estofados en hoja de oro. Tienen una decoración vegetal, figuras de personajes celestiales y esculturas de angelitas. En el presbiterio hay restos de pintura mural de sacerdotes y Papas agustinos.










En el año de 1587 el prior Fray Diego de Soria obtuvo del Papa Sixto V una bula para realizar especialmente en esta iglesia, las llamadas Misas de Aguinaldo, y que deberían celebrarse nueve días previos al nacimiento del niño Jesús, del 16 al 24 de diciembre de cada año.

Las misas también tenían una buena planeación, pues era en estas fechas que los antiguos mexicanos hacían fiestas a Huitzilopochtli lo cual les dio una buena oportunidad de cambiarlas con un toque religioso. Éstas fueron las primeras misas que se cantaron en la Nueva España, según cuentan cronistas de la época. De estas misas nacieron lo que ahora conocemos como Posadas y también nuestra tradicional Piñata. Éstas están hechas con una olla de barro que representa la tentación de Satanás a través de los coloridos adornos que lleva. La colación y la fruta representan a los placeres que tientan al hombre, la persona vendada representa a la fe que debe ser ciega y que guíada por el espíritu cristiano derrota al mal al momento de romper la piñata.

En un buen día se recorre este hermoso convento, que encierra en sus muros un museo con muestras de pintura y escultura sacra, además de murales y una tina de baño en uno de los pasillos, pues tenían que bañarse a oscuras ya que tenían prohibido ver cuerpos desnudos incluyendo los suyos.

Vayan, no se van a arrepentir. Queda cerca de la ciudad y es algo que todos debemos conocer y apreciar.