jueves, junio 09, 2016

Visitando Tepoztlán

A mitad de la semana pasada mi amiga Erika me comentó que había encontrado en internet un viaje a Tepoztlán, e hizo una reservación para dicho viaje. Aunque le había dicho que no iba a poder acompañarla en sus planes a causa de otro compromiso,  a final de cuentas quedé libre y así fue como me uní a la aventura.


El sábado a las 4:30 a.m. nos alistamos para salir. Ambos estábamos emocionados por lo que vendría y yo no tenía mucha referencia previa como para tener una idea clara de lo que nos esperaba.

La cita era a las 5:30 a.m. y aunque llegamos unos minutos tarde desde el momento en el que entramos en la camioneta sentimos la buena vibra de la gente que iba con nosotros. Al principio el viaje se hizo en silencio, pues todos éramos extraños y nadie se atrevía a hablar y bueno, también nos echamos una pestaña en el camino. Pero poco a poco se fue rompiendo el hielo, y ya cuando estábamos en Tepoztlán nos hablábamos como buenos compas, unidos por el hambre y ganas de café y tamales que al final nadie compró.




El plan original, era hacer rapel en dos caídas y nadar en pozas en el Cañón de Quetzalcóatl que según la leyenda fue donde nació Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl sacerdote supremo de la cultura nahua. Infortunadamente nos negaron el acceso a este lugar pues a raíz del incendio en esa zona semanas atrás, quedó estrictamente prohibida la entrada a toda persona fuereña o local.

Afortunadamente nuestros guías, Edgar y Gladys, tenían un plan B bajo la manga. Nos informaron sobre la imposibilidad de visitar el Cañón y nos propusieron ir a otro, El Cañón de Meztitla a lo cual todos dijimos, ¡va! y nos dirigimos para allá de inmediato. 

En Tepoztlán se quedó la camioneta y ahí nos dieron todo el equipo que íbamos a necesitar, trajes de neopreno, cascos, cincho con arnés etc.
Se contrató una camioneta que nos llevó al pueblo de Amatlán yde ahí, caminamos un buen tramo hacia la montaña.


Desde que inició la caminata el paisaje empezaba a ser genial, la vegetación es típica del lugar y había vida silvestre por todos lados.


Después de andar un buen rato, llegamos a un mirador desde donde se apreciaba Tepoztlán  a ojo de águila con el ex convento dominico "De la Natividad" en su centro.


Regresamos un tramo pues por ahí no era el camino.  Llegamos a una especie de explanada donde fuimos instruidos en el arte del rapel. Todo parecía fácil y peligroso a la vez. Es en ese momento cuando te das cuenta que las cosas no son tan simples y un error puede ser muy serio o fatal, y los nervios atacan pues estás a punto de hacer algo totalmente extremo y en mi caso, nuevo.




Todo marchaba bien. La explicación fue clara y aunque se practicó muy poco fue suficiente. El siguiente paso era, aventarse. Observas a los demás, medio sufres con ellos y en eso te das cuenta que es tu turno. Aventarse al vacío no es la cosa más fácil del mundo y todo está en la mente. Tu cuerpo está atado a una cuerda hecha para soportar muchas veces tu peso, los arneses y 8s son de material resistente, sin embargo, encontrarse suspendido a 30 metros de altura, sentir que se va uno de boca, que en cualquier momento tus fuerzas pueden fallar, son suficientes como para hacer que te petrifiques. Pero ahí estás. A eso fuiste. No queda más que aventarse y vivirlo, experimentarlo, y dejar atrás cualquier miedo o inseguridad.



El primer descenso fue de 30 mts. Me coloqué donde Edgar me indicó y él hizo el amarre en el instrumento llamado 8. Y de ahí, fue lanzarme al abismo en mi primera experiencia haciendo rapel.
¡Sí! La sufrí. Por mi mente iban todas las instrucciones dadas momentos atrás, tu mano es el freno, no agarres la cuerda, no bajes parado, y en eso, ramas, obstruían mi paso, luché contra ellas, escuchaba las indicaciones de Gladys y me sentía frustrado pues no avanzaba más. Finalmente, ¡Lo logré! Llegué hasta abajo donde mi amiga Erika ya esperaba a los demás, nos volteamos a ver y vimos rostros de victoria y miedo a la vez. ¡Pero lo logramos!


Inmediatamente después del primero, había otro, mucho más pequeño, probablemente la mitad de altura. Y así, todo el camino, uno tras otro a lo largo del recorrido. Al final fueron como 11 ó 12.


Definitivamente estar en la montaña es uno de mis pasatiempos favoritos. La paz que se vive es demasiado relajante, más que el mar, el mar me estresa. El incesante ruido de las olas me recuerda al incesante paso de los automóviles en la ciudad. El bosque, la montaña es tranquilidad.


Mientras esperaba a mis compañeros, me sorprendía que existiera vida en esas partes tan remotas y agrestes. Había insectos, ciempiés, avispas, moscas, mosquitos, ranas, renacuajos y seguramente muchos otros animales que sólo salen de noche. Mis compañeras dicen que escucharon el rugido de algún felino.

El paisaje estaba lleno de rocas, vegetación, y vida. Algunas de estas rocas formaban pequeñas pozas por las que tuvimos que pasar, lo cual le dio un giro al viaje, pues aunque estábamos preparados para mojarnos, nuestra naturaleza de ciudad nos forzaba a hacer lo imposible por evitarlo.

La experiencia fue de lo mejor. Y aunque al final ya me dolía todo, especialmente la cintura por cargar mi propio peso, conocer gente y lugares nuevos fue más enriquecedor. Las vistas del cañón, la adrenalina del rapel a gritos de baja el culo, estás parado, etc etc, ayudaron a bajar la tensión.

El último rapel fue un gran reto, pues otros 30 mts esperaban pacientemente y la vista desde la cima era aterradora. Junté todo el valor que pude para poderme soltar de la roca que sostenía mis pies. Y abajo fui. lentamente, aterrado y emocionado, escuchando los gritos de los demás que ya estaban abajo. No quería llegar, pues sabía que el hecho de tocar el piso significaba el fin de la aventura. 

Hacer rapel es genial. No sólo por que para hacerlo tienes que ir a lugares distantes, sino por que también es un buen momento de probar tus límites. Es una actividad difícil, cansada y peligrosa, pero si se hace con profesionales como Gladys y Edgar y compañeros como los que viajaron conmigo, se le olvida a uno que su vida corre peligro.
Fue una gran aventura tal y como lo promete el nombre de www.diversionenmontaña.com.mx
que es la compañía que nos llevó, instruyó y cuido. Sin lugar a dudas volvería a viajar con ellos en muchas otras ocasiones.




viernes, mayo 13, 2016

Tláloc y su Monte, 3a y última parte.


La temperatura era baja y a pesar de estar cerca del fuego de la fogata se sentía frío, incluso los pies estaban congelados a pesar de traer doble calceta y botas. 

Después de un rato nos decidimos y nos fuimos a dormir. Nos tendríamos que levantar a las 4:30 a.m. para comenzar el ascenso al monte una vez más, y ver lo que fuimos a ver.

Ya una vez en la casa de campaña los sleepings hicieron su trabajo y el frío no era más que algo que aún persistía an alguna parte de mi cerebro.

El ruido de los demás, la música, el ambiente de fiesta, la emoción y en mi caso, zozobra al no saber qué esperar al día siguiente, me hicieron casi imposible consiliar el sueño. Dormí por momentos. Me dio calor, me quité una de las chamarras, traía dos puestas, me volteé, me acomodé, me concentré. Todo fue en vano.

Finalmente sonó el despertador del celular. Eran las 4:10 a.m. En lo que nos despertamos bien, nos pusimos un nuevo par de calcetas y los cacles, salimos como a las 4:30 a.m. 

El área a sorpresa de todos, estaba muy clara pues la luna nos acompañaba con su luz y aunque sí fue necesario el uso de lámparas para no tropezar, creo que sin ellas hubiéramos podido llegar sin problema. 

A lo largo del camino nos encontrábamos con los demás campistas, algunos muy activos, otros aún borrachos, unos más muy cansados sentados en las piedras. Todos en fila india caminando pesarosamente como ánimas en pena. Todos cubiertos por capas y capas de ropa, gorras, bufandas, guantes y muchos hasta cobijas y sleepings que usaban como jorongos.  
El camino estaba resguardado por el personal del INAH. 

Continuamos subiendo, y en el momento en que llegamos al área de la montaña que está desprotegida por todos lados, el viento frío se mezcló entre la fila como un visitante más, y su gélida presencia se sintió muy claramente.

Al llegar a una parte más alta se podía ver la enorme urbe  del D.F. que hacía que el cielo se tornara naranja pues las luces de la ciudad nunca se apagan.
La contaminación lumínica del D.F. en todo su esplendor.

Seguimos adelante.

Llegamos a lo que alguna vez fue la calzada del basamento a Tláloc, y la gente ya era numerosa, había algunos que trepaban por los muros de la dicha calzada, otros parecían que morirían a causa de su embriaguez, otros gritaban nombres tratando de encontrar a sus acompañantes perdidos en el camino.
Buscamos un lugar donde quedarnos y usando la experiencia del año anterior nos dirigimos a la derecha  del basamento y encontramos un buen lugar donde tirarnos a esperar la salida del Astro Sol, lo que sería el primer evento y la señal para moverse al lado contrario y apreciar el efecto óptico de la Montaña Fantasma. 

Ya una vez sentados y acomodados en el piso a 4150 m.s.n.m. sólo teníamos que esperar. Supongo que eran como las 5 y cacho y la salida del sol estaba programada como a eso de las 8. Frente a nosotros a través de los cuerpos cuyas siluetas se hacían más claras minuto a minuto, teníamos la eterna presencia de La Malinche también conocida como Matlalcuéyetl la cual se encuentra en el estado de Tlaxcala, detrás de ella se encontraba el Pico de Orizaba, a nuestra derecha los volcanes, Popo e Izta. Entre ellas La Puebla de Zaragoza con visible contaminación lumínica. Desde ahí todo parece tan cerca, que podría creer que se puede llegar a pie.
Los gritos y voces continuaban, gente en movimiento, algunos buscando lugar, otros a sus amigos o familiares, otros tomándose fotos o simplemente esperando como nosotros.



Poco a poco el cielo antes negro se fue tornando azul, aún oscuro pero ya se podía ver a Don Goyo y Doña María con su cráter nevado. La emoción de la gente crecía a medida que el cielo se tornaba cada vez más azul y de repente, una franja naranja se veía en la cima del Izta, ¡era la luz del sol!

Observábamos todo ésto cuando de la nada un tarado, todos pensamos que era mujer hasta después de un rato, se puso justo en frente de nosotros. Nos impedía ver la salida del sol, y aún a pesar de los improperios que gritamos para que se quitara el  muy bruto no entendió que eran para él. Estábamos muy molestos y frustrados. Uno nunca se salva de la gente sin conciencia social. Después de unos minutos y  varios selfies finalmente se quitó.

La luz de día empezaba a abarcar más y más del terreno y bóveda celeste. Cansado de estar acostado entre piedras me levanté y casi justo en ese momento la cima del Izta se tornaba más naranja como avisándonos que el Sol ya llegaría en cualquier momento. Los gritos de júbilo se escucharon por todos lados, y el sonido del caracol una vez más acompañó el momento decisivo.


Parado como estaba vi quien tocaba el caracol, escuché un grito volteé y fue en ese momento que lo vi. A un costado del Matlalcuétl salía un especie de estrella naranja, era el Astro Sol, poco a poco todo se volvió negro a su alrededor y esa estrella subió y subió hacia la bóveda celeste y pasó por la cima del dicho volcán hasta que se postró en el cielo. Gritos, caracol, ruidos del movimiento, sonrisas, todo, todo se apagó en ese momento, sólo existía esa primera imagen en mi mente, y aún la veo en este momento, y no logro describirla ni hacerle justicia. 

De todos los fenómenos naturales que he presenciado, jamás he visto cosa tan bella y asombrosa que la salida del sol a través de las montañas.
Quedé petrificado donde estaba, como si mis pies se hubieran congelado y me fuera imposible moverme de ahí.
En ese momento la gente corrió hacia el lado contrario donde la sombra del Astro Sol se reflejaría en la distancia creando el efecto de una montaña que no existe más que en el imaginario colectivo.


Ahí estaba, viéndola, admirándola, tomándole fotos para poder recordar el momento tiempo después.


Una montaña de penumbra suspendida en la inmensidad del infinito, una montaña condenada a desaparecer con la luz del día, una montaña que aunque de breve vida y fantástica existencia, dejaría un recuerdo real y permanente en las profundas penumbras de mi mente.