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Al entrar al pueblo de Acaxochitlán, se va uno por la avenida principal hasta llegar a un pequeño crucero donde es necesario virar a la derecha. Hecho dicho movimiento se empieza a adentrar uno en la profundidad del bosque por un camino ondulante de terracería rodeado del verde de los árboles y las milpas en ambos lados.
Cuando justo uno puede pensar que no hay fin al trayecto, se ven poco a poco algunos piltontlis a los costados de la carretera que se acercan a los autos ofreciéndose como guías, si uno declina el servicio entonces cambian de táctica y sólo piden un peso. Algunas niñas timoratas se apresuran a vender pulseras, bolsas o mejor dicho monederos de chaquira. Si uno decide no comprarles, entonces piden un peso a cambio. Y así piltontli tras piltontli.
Sin pensarlo acabábamos de conocer a Damián y Leo, dos hermanos muy simpáticos. Ellos como la mujer y todos los habitantes del lugar hablan náhuatl y español. Así que me sentí como mis alumnos cuando uno les habla y no entienden ni jota.
Caminamos un tramo y se encontraron a otro pilotntli que inmediatamente se unió a la excursión. Echaban chistes y grandes risotadas mientras nosotros nos veíamos con rostros interrogantes al no entender nada en lo absoluto. A la distancia se escuchaba el inconfundible sonido de agua corriente, y en tan sólo unos minutos apareció una cascada de nombre "San Francisco". La vimos por arriba de una montaña y nos apresuramos a descender para estar cerca de ella. La cascada estaba ya enfrente y se veía como levantaba una brisa tenue. Bajamos hasta llegar a la orilla y eso fue suficiente para terminar mojadas nuestras ropas y rostros. ¡Ah, fue excelente! Un buen calmante al calor solar. Contemplamos la cascada y decidimos volver. Los hermanos y amigo se ofrecieron llevarnos a la otra cascada, pero a causa del tiempo no fue posible, así que prometimos regresar el domingo siguiente.
Todos nos querían llevar a la segunda Cascada. Sin pensarlo más todos nos acompañaron. Sólo uno se quedó a cuidar el auto. Durante el camino estos adorables pintontlis iban fascinados con la cámara, huían de ella pero a la vez querían estar enfrente. El viaje a la cascada de menor tamaño que la 1ª, fue a lo largo de un río con agua un poco turbia y estuvo lleno de risas y jadeos, pues era subir y bajar por el cerro. Fue fantástico llegar ahí con todos esos niños.
En pago les dimos diez pesos a cada uno y les compramos resorteras a los que no tenían y agua a todos. Este viaje me puso triste a pesar de la felicidad experimentada. Ellos y la gente de la comunidad son una viva imagen de la mala distribución económica de nuestro país. Y mientras políticos de pacotilla se gastan 300 millones de pesos en divorcios absurdos, estos niños son felices con tan sólo un peso. ¡Un peso que no les alcanza para nada! Y sin embargo lo es todo para ellos. Niños que no conocen mas que las grandes extensiones de tierra, la vegetación del lugar, se alimentas de elotes, y seguro estoy es lo único que han de comer. La verdad es una pena que ellos sean hechos a un lado por todos, ya por que hablan náhuatl y son de pueblo, ya por que portan harapos como ropas y están sucios. Creo que lo que vale es su espíritu de niños tan inocentes, que Leo y Damián se subieron al auto sin chistar palabra, bien pudimos haberlos raptado o algo así. Su inocencia es su peor penitencia.
El rostro de felicidad al ver sus resorteras se quedó en mi memoria. Ojalá pudiera hacer más pero yo también estoy maniatado. Sólo espero que no crezcan y se corrompan por la frivolidad de nuestra "Gran Metrópoli" civilizada y todo. Sólo espero que nunca pierdan el interés de conservar su lengua materna y que no les afecten la discriminación y el maltrato dado por nosotros los "citadinos" ignorantes de sus carencias, preocupados por las nuestras tan frívolas como la falta de auto o de un buen televisor, cuando ellos no tienen ni zapatos buenos. ¿Y eso los entristece acaso? Naa, son felices en su mundo lejano a la maldad de las grandes ciudades.