En no más de una veintena de minutos de nuevo veía a lo lejos aquella estatua y su glorieta. Penetré por la mismas calles y llegué al centro donde estacioné el auto. ¡¡¡Qué diferente me parecía hora!! Las calles vacías como lo había imaginado mas que una que otra persona, la mayoría de edad avanzada, niños y sus padres, pero sin camionetas ni hip-hop.

Puente en Cotija.
Me acerqué al mercado que había visto el día anterior con recuerdos en mi mente al ver montones de paquetes rojos, ¡sí!, aquél queso que mi abuelo degustaba con su envoltura eternamente colorada. Pensé comprar uno, pero no aguantaría el camino de regreso. Ya una vez en el mercado, caminé entre los pasillos en busca de comida. Encontré un pequeño puesto con un tío muy amable que me llamaba "compadre", me senté y degusté una carne rojiza, enchilada, en una especie de torta, creo que era algo típico del lugar. Mi "compadre" entabló charla y pues le conté más o menos por qué había ido a Cotija, pero ni comentario chistó. Al terminar el desayuno, me despedí de mi nuevo "compa" y salí del mercado.
Tenía pensado dar un último vistazo a la ciudad, pero en aquel momento vi algo que llamó mi atención. A unos pasos había un puesto de esos con ruedas, blanco con papas friéndose en un aceite candente. Pero eso no fue lo que llamó mi atención, sino que a un costado con letras rojas y no muy grandes, decía "Barragán". Había una mujer de unos 50 años a quien pregunté si ella era Barragán, me dijo que no, que su marido sí. Inmediatamente llegó un hombre de entre 50 ó 60, estaura mediana y ojos claros, ¡¡mmm!! José mi tío abuelo también los tiene claros, pensé, se sorprendíeron cuando les dije que yo también era Barragán. Trabé conversación con mi "pariente", les expliqué el porqué de mi vista, pero en esta vez sí hubo reacción. Me dijo que él conocía a todos los Barragán del área, y me ofreció cuanta ayuda fuera necesaria para contactarlos y seguir indagando. ¡¡¡Qué gusto me dio!! Estrechamos nuestras manos en despedida y prometí regresar con más información.
Después de todo no fue mala idea regresar al pueblo, quedé con un mejor sabor de boca por haber encontrado parte de lo que buscaba.
Con calma me di a la tarea de diseñar el camino de regreso.Quería conocer más sobre el Michoacán y como mi objetivo se había llevado a cabo estaba feliz, ergo dispuesto a disfrutar el resto del viaje.
Así que de Cotija me dirigí a Uruapán. En el camino experimenté un cambio de clima, pues la temperatura subió a 28º, también el terreno cambió, ahora manejaba entre sembradios y de vez en cuando uno que otro puesto que vendía cocos o helados. En algún punto del camino hubo un accidente que causó que lo cerraran, y fuimos desviados a una carretera polvorienta entre apantles y pacas, así
Sembradios en el camino.
manejábamos en fila, seguramente se seguían unos a otros creyendo que el de enfrente sabía por dónde iba, de menos así lo creía yo. Unas horas más tarde llegaba a Uruapan.
Fui recibido por unas casas blancas a los costados de la carretera. Llegué a una avenida bastante inclinada rodeada de puestos que vendían sombreros y vestidos tradicionales. Había muchos turistas por todos lados. Bajé por la inclinada calle hasta que llegué a una plaza de tamañano mediano. Vi un quiosco muy bonito en medio de ella, y a unos pasos una escultura en honor a los valerosos hombres que lucharon por nuestra independencia, que fue ignaugurada por Don Porfirio Díaz, según se leía en una placa conmemorativa.
Uruapan.
Frente a esta concurrida plaza, hay una iglesia con un portal en forma de óvalo, bueno en sí es un arco ojival peraltado y en los otros lados hay edificios de talla colonial. Pero lo mejor es que hay hartos puestecillos que venden de todo, al igual que mucho espacio abierto que hace de esta plaza un buen lugar para echar "pompas de jabón". En cuanto acabé de contemplar todo ésto, regresé a la calle inclinada. El sol alumbraba algunas montañas lejanas como para poner en claro que ese lugar tenía mucho que ofrecer, lo cual no dudo.
Ya no paré hasta llegar a Pátzcuaro, mi destino final. El sol se ponía y la carretera se llenaba de colores rojizos y sombras por doquier. A Pátzcuaro se entra por una calle muy angosta que lleva hasta el centro de ese lugar encantador. Me hospedé en un hotel en el centro y salí a comer. Encontré un mercado de comida donde me acomodé en una mesa enorme. Las voces que se escuchaban eran ensordecedoras, pero a diferencia de Cotija, eran bienvenidas, pues todas ofrecían comida. Pedí un plato que tenía pollo, lechuga, otros vegetales y era enorme, como para tres personas. Logré comer la mayor parte. Regresé al hotel a dormir después de haber comido.
A la mañana siguiente salí a recorrer el lugar. Hay muchas plazas que albergan todo tipo de sorpresas a su paso. En una de ellas está una estatua de Gertrudis Bocanegra, oriunda del pueblo que por haber promovido ideas independentistas fue fusilada en 1817, no sin antes echar calurosa arenga a sus ejecutores. También está la casa del "gigante", llamada así por una estatua gigante en su interior, desgraciadamente es una casa particular, así que no se puede ver más que el exterior.
Iglesia en Pátzcuaro.
Hay muchísimas iglesias y lugares que visitar en Pátzcuaro, podría escribir y escribir sobre ellos, pero no lo haré.
Después de vagar por aquí y allá, me aventuré al lago donde hay tres islas, la mayor Janitzio, es la que visité. Para llegar tuve que embarcarme en un bote muy largo y lleno de gente.
Isla de Janitzio.
El viaje dura como 20 minutos. Se ven los típicos pescadores con sus redes de mariposa, que sólo pescan turistas bondadosos para que les den dinero, pues la pesca ya no es negocio.Lo atractivo de la isla es el mirador en forma de Morelos, y los suculentos pescados blancos típico platillo del lugar. Después se regresa uno en otra lancha.
Yo en Janitzio con sombrero de Uruapan.
Finalmente, me dirigí a Morelia. LLevaba el corazón pleno por tan aventurado y exitoso lance. Fue difícil partir de Michoacán, pero necesario.
Aprendí que con un poco de paciencia se puede lograr todo. Conocí mucho más de lo que esperaba y satisfice mi curiosidad, que aunque encontró cortapisas al principio, al final se vio recompensada. Ahora, he empezado a planear un viaje a Yalala, Oaxaca, ahí nació mi bisabuelo don Jerónimo, padre de mi abuela...
Quiero dedicar esta entrada a mi abuelo Salvador Barragán López, que nos dejó hacen ya casi 11 años. Donde quiera que esté, nos volveremos a encontrar...